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Ávila Carrillo, Enrique (2017). Santa Anna y Peña Nieto: El despojo de una nación. Ed. Quinto Sol. México. Pp. 277-280.

 

A manera de conclusión

 

...y llévese el diablo cuantos gobiernos hay en el mundo;

sin gobierno salistes del vientre de vuestra madre,

sin gobierno habéis vivido hasta ahora

y sin gobierno os iréis, o os llevarán, a la sepultura.

 

Teresa Cascajo de Panza. Don Quijote de la Mancha.

 

El arribo de México a la vida independiente en el siglo XIX, estuvo cruzada por sendas diferencias ideológicas entre dos grandes grupos que contendían por obtener la hegemonía, los cuales sufrieron diversas metamorfosis en sus luchas interminables por obtener el poder. Los principales personeros de las vertientes del pensamiento político dominante en esa centuria, se disputaban con sus limitaciones propias, el ser los principales impul­sores del establecimiento de las reglas capitalistas en el mercado interno de la nación.

 

En este permanente desafío entre monarquistas y republicanos, masones escoceses y masones yorkinos, federalistas y centralistas, liberales y conservadores, se encontraba latente el germen de la corrupción en todos los aspectos de la vida cotidiana. Se puede afirmar que México irrumpe de trescientos años de dominación ibérica, inmerso en relaciones económicas y sociales insanas, que no le permitieron germinar con los bríos mínimos de una nación que buscaba su libertad y soberanía.

 

Es en estos primeros siete lustros de existencia del incipiente país, que recién adop­taba el nombre de México, que adquiere una presencia destacada un personaje de origen veracruzano, Antonio López de Santa Anna, mal militar, truhán, falaz, embaucador, dúctil, resbaladizo, acosador de doncellas, adaptable, mendaz y sobre todos sus defectos corrupto. Su presencia en la arena política donde se disputaba la autoridad, lo llevó en once ocasiones a ocupar el Poder Ejecutivo de la Nación.

 

Su estampa militar en las reiteradas desgracias territoriales de nuestro país en la primera mitad del siglo XIX; así como su proclividad a emprender negocios turbios al amparo de las instituciones gubernamentales, convirtió al general López de Santa Anna en prototipo de mexicano adicto a sostener relaciones económicas personales con los representantes del capital y, desde luego, facilitarles la ocupación de extensas provincias de la Nación.

 

La corrupción mal congénito de este país, ha proseguido su avance de manera impla­cable, en el siglo XX ha contado entre otros componentes, con el impulso de una organi­zación política el PNR-PRM-PRI, que ha construido de manera lenta pero constante una Cleptocracia, cuyos gobernantes distinguidos militantes de ese partido, son cleptómanos confesos, los cuales han amasado en la total impunidad fortunas faraónicas, para sus familias y grupos hegemónicos que caminan junto a ellos.

 

La vieja y desgastada pugna entre liberales y conservadores, trató de ser reavivada a finales del siglo XX y se nos presentó a los mexicanos, como una alternativa al PRI; de esa manera arribó al gobierno la derecha clerical (PAN), la cual resultó igual o más inclinada a ejercer la corrupción que los priistas, de tal forma que, después de 12 años de podredumbre envuelta en violencia extrema y con la débil oposición de la izquierda “realmente existente”, volvió a retomar el control de los negocios gubernamentales el PRI, pero ahora con nuevas ideas mercadotécnicas.

 

Un conjunto de empresarios, unidos desde siempre al carro del poder municipal y estatal mexiquense, que se autonombran “Grupo Atlacomulco”, y que ha controlado por décadas el Estado de México, vislumbró en esta coyuntura la posibilidad de unir sus destinos al consorcio televisivo principal y de esa manera aspirar a tener el control del país, con la intención de participar de lleno en las múltiples facetas del capitalismo del siglo XXI en su etapa neoliberal. Con el afán de lograr su cometido, cultivaron a un integrante de esas familias enquistadas y anquilosadas en el poder regional, el joven Enrique Peña Nieto, el cual fue adiestrado en el arte de la simulación, la trivialización de la política, la mentira como norma y desde luego, promovieron e impulsaron su inclinación a la corrupción.

 

Este fue el objetivo primigenio para la elaboración del presente texto, tratar de construir un comparativo entre la corrupción del gobernante del siglo XIX, que no tuvo objeciones de conciencia para transferir por medio de acuerdos y derrotas militares absurdas, más de la mitad del territorio nacional a los intereses del capitalismo expansionista estadounidense y la actitud del mandatario priista del siglo XXI, que inmerso en un presunto discurso “modernizador”, ha enajenado de manera vertiginosa las riquezas naturales (bosques, energía eólica, agua, minería a cielo abierto de donde se extraen hierro, esquisto, lutitas, cobre, zinc, tungsteno, cadmio, oro, plata y desde luego los energéticos y todas sus va­riables) de la Nación, a los intereses del capitalismo depredador actual.

 

La similitud existente en muchos aspectos, entre ambos personajes, tiene como matriz la corrupción de antes y de ahora, la cual es parte sustantiva de los gobernantes mexicanos, que anhelan ejercer la función pública, con la finalidad de acumular poder político, en particular, fortuna monetaria.

 

Una constante que abarca el presente estudio, es la propensión a la sumisión ante el poder del capital de los mandatarios mexicanos; los cuales se esfuerzan a lo largo de sus trayectorias en sostener inmejorables relaciones con las organizaciones financieras trasnacionales, por ejemplo: Antonio López, no muestra mayor sentimiento de culpa en ceder territorio nacional a los consorcios estadounidenses y Enrique Peña se esfuerza, escondido en su mensaje de las “reformas estructurales” en concesionar el despojo, la extracción y comercialización de las riquezas del país.

 

Los dos mantienen un profundo desprecio por “los de abajo”, por los desposeídos, por los que han sido privados por el sistema imperante de toda esperanza. Antonio López los utiliza en la leva y los sacrifica en interminables campañas con extenuantes marchas y contramarchas, miles de muertos inútiles en combates mal dirigidos o con acuerdos pre­vios de derrota. Enrique Peña, al igual que sus pares los neoliberales, los desprecia, está convencido de que son mexicanos prescindibles, que pueden desaparecer o morir millones de ellos y en México, no sucede nada, no interrumpen el flujo de la ganancia. Ateneo, los feminicidios en el oriente del estado gobernado por él, Tlatlaya, Apatzingan, Tanhuato, el ¡Ya supérenlo; a los padres de los normalistas de Ayotzinapa, Nochixtlán y la lista del trató violento hacía los que piden justicia en el régimen del mandatario atlacomulquense es larga.

 

Uno y otro, durante sus gestiones promovieron niveles de desigualdad social y eco­nómica impresionantes, la brecha entre los estratos superiores y los segmentos inferiores, en el transcurso de sus regímenes llevó y ha llevado a situaciones de miseria extrema a amplias capas de la población.

 

Destaca en las páginas de esta obra, la necesidad surgida en el veracruzano y el atla­comulquense de contar, con el apoyo de un empresario semiclandestino, encargado de realizar transacciones financieras de todo tipo, incluidas desde luego las inmobiliarias, que permitirán a los funcionarios en cuestión, obtener recursos por fuera de los conductos establecidos por las normas vigentes en el país. López de Santa Anna, descansaba en Juan Suárez y Navarro, que siempre veló por los intereses del mandatario jalapeño y Enrique Peña Nieto, quien ha reposado entre otros, en su valedor Juan Armando Hinojosa Cantó, con quien lo une, además de una estrecha amistad, infinidad de negocios en empresas diversas y depósitos en el extranjero (Panamá papers).

 

Otra característica común de Santa Anna y Peña Nieto, es su pasión por la impunidad, las frivolidades, los lujos y excesos. Baste mencionar las haciendas de Manga de Clavo, El Lencero, La Rosita en Turbaco, Colombia y compararlas con las mansiones de Ixtapan de la Sal, Atlacomulco, Metepec, Cantalagua, Lomas de Chapultepec, Miami y otras.

 

Los gastos suntuarios que López de Santa Anna efectuaba en sus campañas militares y el boato de sus ceremonias, guardan semejanzas con el entorno del mandatario Peña Nieto, en el derroche de que hace gala la familia presidencial en las giras al extranjero; , sus atuendos lujosos, las compras insultantes en las tiendas más exclusivas de los Estados Unidos y Europa; además se pueden agregar, los costos de mantenimiento del “avión presidencial” en que se transportan en sus viajes, que en comparación con los bajos o nulos ingresos de millones de mexicanos, se convierten en un insulto. A esto hay que agregar la actitud desbocada del hijo Alejandro Peña Pretelini, quien a sus 18 años de edad, gasta un promedio de $280 mil pesos al mes en sus viajes nacionales e internacionales.

 

El cúmulo de deslices cometidos por Santa Anna en la campaña de Texas, llegaron a su clímax, con el affaire amoroso del general-presidente con la texana liberta Emily Morgan, cuya pasión desplegada en la velada anterior, llevó al mandatario jarocho a decidir dormir la siesta ante las tropas de Samuel Houston que se encontraban a unos cientos de metros, vadeando el río San Jacinto. La debacle fue total y a partir de ese desmedido traspié, Mé­xico inició en meses y años posteriores, la pérdida de sus territorios. Otra mujer, actriz de televisión en pleno siglo XXI, decidió en su papel de primera dama, abrir las puertas de su mansión (la casa blanca) a los periodistas de la revista “Hola” y de esa manera se desató, una crisis inimaginable en el gobierno de Enrique Peña Nieto, el cual de inmediato pasó a formar parte del panteón mitológico de la corrupción en gran escala de nuestro país. Las mujeres o mejor expresado, ese tipo de mujeres, pusieron de manera incidental su grano de arena en la conducción pública de la nación, dirigida por sus respectivos acompañantes.

 

Las entrevistas con su pares estadounidenses, forman parte de la picaresca popular; por un lado, Antonio López en su carácter de recién liberado de su prisión texana, fue llevado ante Andrew Jackson, torvo expansionista y militante distinguido del partido demócrata, el cual se encargó de presionar y establecer el futuro accionar del general mexicano, en actitudes favorables al despojo de territorio y desde luego, al desarrollo de relaciones capitalistas en nuestra nación. Por el otro lado, el trato inseguro que Enrique Peña Nieto, ha asumido en diversas reuniones con Barack Obama, nos deja entrever cierta similitud entre los dos distinguidos representantes del sector hegemónico mexicano, am­bos, López y Peña, han sido pacientes de un profundo sentimiento de inferioridad ante el representante del capital en turno. Eso sin mencionar el triste papel que el depositario del Poder Ejecutivo desempeñó ante la visita del candidato republicano Donald Trump en los últimos días de agosto de 2016.

 

Merece un comentario especial, el odio demostrado por Enrique Peña y sus adláteres Emilio Chuayífet Chemor y Aurelio Ñuño Mayer, a las escuelas formadoras de docentes y sobre todo, a sus egresados. La aplicación de las exigencias educativas presentadas al gobierno mexicano por la OCDE, han sido tomadas por el régimen peñanietista como acto de fe; no ha importado a los golden boys, sumir en un constante enfrentamiento a múltiples entidades federativas, cuyo trabajadores de la enseñanza se niegan a perder sus derechos laborales, que son eliminados de un golpe por las medidas requeridas por el mercado internacional. Los ase­sinatos, los ceses, los encarcelamientos, las golpizas, los “encapsulamientos”, la brutalidad de los medios masivos de comunicación en contra de los profesores; todo ha sido implementado por el mandatario y sus consejeros. No obstante, la dignidad, responsabilidad, la coherencia de los maestros ha detenido en gran medida el desmantelamiento de la educación pública, gratuita y laica, que es con mucho el principal objetivo de los neoliberales en el poder.

 

En suma, la corrupción ungida de manera indisoluble a los intereses del capital trasnacional, va a estar presente en los gobiernos de los dos actores principales de este libro. El afán de acopiar bienes muebles e inmuebles, se convierte en una constante en la vida de estos personajes; sus múltiples propiedades particulares y de sus familiares, han sido un verdadero insulto a la pobreza en que se encuentran los estratos desposeídos de México. No es posible que sigamos aceptando la existencia de “un gobierno rico y un pueblo pobre”, como si fuera una maldición bíblica que no se pudiera cambiar.

Este libro es una pequeña aportación, con la finalidad de promover la discusión, la crítica, el razonamiento, sobre la actitud parasitaria y rapaz del sector hegemónico, que por cerca de dos siglos ha controlado, expoliado y sometido a sus absurdas pretensiones a los habitantes de esta Nación. Estoy convencido que pronto, asistiremos a un cambio de rumbo en los destinos de México.

 

Orgullosamente normalista Enrique Ávila Carrillo

Paseos de Churubusco, octubre de 2016

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